2.1.15

Vete de mí



- Te dije que te largues, ¿no entiendes castellano, imbécil?
- Nada me haría más feliz que dejar de verte
- ¡Lárgate entonces! ¿o quieres que yo misma saque tus porquerías a la calle?
- Hasta ayer, eso es lo que iba a hacer, me iba a ir, pero lo he estado pensando mejor
- De cuándo acá piensas, estúpido
- Pues he estado pensando y creo que mejor te vas tú
- Muy graciosito, no me da risa, baboso, no quiero verte aquí cuando regrese
- Lo digo en serio, no me iré, me quedo, si la vida conmigo te parece insoportable, vete tú

Piedad tenía el rostro enrojecido. Hacía una semana que habían acordado separarse. Parada al pie de la puerta, a punto de salir, con los dedos de las manos contraídos y los labios temblando, calculaba el furor de sus próximas palabras. 

- ¿Estás borracho?, ¡ahora quieres que yo me vaya! Eso sí que estuvo bueno
- Sí, pero me dejas a la bebe, yo me hago cargo de Alejandra
- Primero muerta, tarado de mierda, eso jamás
- Mira Piedad, vivimos modestamente, pero en cada silla, en cada libro, en cada olla, en cada sábana, he dejado la vida. Ahora que al fin tenemos una cama dónde dormir amaneces con ganas de no verme. Si ya no te gusta, entonces vete, ¿por qué voy a irme yo?
- Tú nunca estás en casa, ¿qué diferencia hay? Si he podido arreglármelas sola hasta ahora, puedo seguir así, no te necesito imbécil, ¿no lo entiendes?
- ¡Ja!, además de atender en la bodega de lunes a domingo, hago limpieza en la oficina de Pedro, hago trabajos extras en el almacén de Alonso, encima estudio en la universidad en las noches, mientras tú sólo te dedicas a tu cursito de computación, ¿ya te olvidaste? 
- Calla la boca estúpido, para ganar cuatro reales te desapareces todo el día y yo me quedo aquí reventada con la bebe, ni traes la plata que se necesita ni estás para ayudarme.
- Muy bien, búscate entonces a alguien con más plata, pero nuestra hija se queda conmigo, te conviene, te estoy quitando una carga, no tendrás que reventarte más por causa de ella. 
- Huevón, ¡ni siquiera sabes cambiar un pañal!
- Qué rápido olvidaste quién se los cambiaba en las noches, y que Alejandra ya pide hace rato.

Saúl se paró de la mesa y se dirigió con parsimonia hacia el caño a lavar su taza. Piedad seguía parada en la puerta del cuarto, con la mochila en la mano. Tenía los ojos humedecidos. 

- Eres un maricón, yo no soporto más tener que verte la cara todos los días, quedamos en que te ibas, ¡tú no te vas a quedar aquí ni un día más!
- Quedamos en que me iba, sí, pero eso no es justo. La que se cansó eres tú. Si no quieres vivir conmigo, búscate otro lugar. Además, ¿cómo vas a pagar el alquiler si tú no trabajas?
- ¡Ese es mi problema, no el tuyo!
- Piedad, tú no vas a traer a nadie a disfrutar de todo lo que yo compré con mi esfuerzo y a criar a mi hija, si quieres estar con otro, hazlo, ningún papel nos amarra, pero no aquí.
- Lo que haga con mi vida no es tu asunto, imbécil, además, tanto aspaviento para las cuatro cochinadas que has comprado en dos años, como si fueran la gran cosa. 
- Yo no tengo herencia, a mí nadie me regala el dinero, lo poco que he podido conseguir lo he hecho con mi trabajo y lo he traído con ilusión, que pena saber que no significa nada para ti.
- Esa fue mi mala suerte, enredarme con un muerto de hambre, que encima me sacó una hija.
- Te recuerdo que tú insististe, yo te decía que esperemos. Éramos estudiantes. 
- Pensé que ibas a hacer algo por ella, pero me equivoqué, ¡habías sido un bueno para nada!
- Se te hace tarde, vas a perder tus clases, ¿por qué no vas de una vez?

Saúl le dio la espalda y se puso a lavar la vajilla. Le temblaban las manos. En el tenso silencio que se produjo de pronto, pensó por un instante en cómo sería su vida de padre soltero con Alejandra. 

- ¡Muérete mierda!

El sonido de la jarra de agua sobre la cabeza de Saúl haciéndose añicos fue aterrador. Por fortuna, era una jarra de vidrio corriente, de esas que se quiebran con facilidad. 

- ¿Te has vuelto loca? –gritó Saúl, enfurecido.
- ¡Loca será tu madre, hijo de puta!
- Sal de esta casa Piedad, ¡sal ahora mismo! ¡Vete a tus clases!
- No me da la gana, tú lárgate de una vez, ¡voy a botar tus cosas a la calle!
- ¡Mira lo que has hecho! Vas a despertar y asustar a la bebe, ¡basta de escándalos!

La muchacha empieza entonces a coger los libros de Saúl y a arrojarlos por la ventana. Él se acerca y coge su brazo con fuerza para detenerla. 

- ¡Me estás pegando! ¡Sólo eso faltaba, cobarde de mierda! ¡Que le pegues a una mujer!
- No te estoy pegando, sólo quiero que dejes mis cosas.
- ¡Cobarde, cobarde! ¡Suéltame, auxilio!
- Piedad, suelta mis libros y deja de patearme.
- ¡Maricón, me estás pegando!

Saúl da un paso atrás y se aleja de la ventana. Se sienta en el piso de la cocina y se coge la cara con las manos. Tiene la cabeza ensangrentada. Llora en silencio. 

- Muy macho eres, maricón, eres una basura.
- Piedad, déjame en paz por favor, no soporto esto…
- ¡Entonces lárgate!
- Por favor ¡basta! ¡Y deja de patearme!
- ¡Párate imbécil! ¡Párate y lárgate!

Saúl se incorpora y se dirige a la puerta sin decir palabra. Sus músculos están en estado de máxima tensión. 

- ¡Si te vas llévate tus cosas, no quiero ver nada tuyo en esta casa!
- No me voy a ir, entiéndelo, sólo quiero salir de aquí, no quiero seguir discutiendo contigo
- Eres tan maricón como tu padre, que asco me das.
- ¿Qué has dicho?
- ¡Que tu padres es un huevón y tu madre una puta de mierda!  
- ¿Qué te han hecho mis padres? ¡La pelea es conmigo! ¿por qué los metes a ellos?
- Porque los odio, estúpido, los odio tanto como a ti, son dos pobres diablos, tres contigo
- ¡No tienes derecho a expresarte así! 

Piedad lanza un puñetazo sobre la cara de Saúl, lo escupe y se ríe burlonamente. 

- Yo digo lo que me da la gana, ¿qué me vas a hacer?, ¿me vas a pegar?

Él retrocede, la mira con furia, coge una silla de madera y la levanta amenazante sobre su cabeza. 

- ¡Ahhhhhhhh!

Saúl estrella la silla contra la pared con una fuerza inaudita y la parte en seis pedazos. Piedad enmudeció. Se dirige después al cuarto a paso lento, mete libros, ropa y cosas de aseo personal en dos mochilas. 

- Papi, ¿qué sonó así?, ¿a dónde te vas?
- Duérmete hijita…


Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 02 de enero de 2015
Fotografía © Malla León/ www.flickr.com

2 comentarios:

Katherine Aguero Sánchez dijo...

¡No puede ser que el termine saliendo de la casa!, después de haber sido casi pisoteado en su dignidad. Estamos acostumbrados a los cuentos con final felíz lo reconozco, pero esta historia me dejó con deseo de venganza!!!

Unknown dijo...

En la vida real no todos los finales son felices, empero en el mundo literario, me hubiera gustado un final más estructurado...
Me llamó mucho la atención el cuento, pero sobretodo captó mi interés por cada suceso que se desencadenaba.
Solución al pleito... eso la construimos y avizoramos cada uno... Saludos

Si me lo permite, podría compartir y utilizar su cuento con fines pedagógicos?

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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com