21.3.06

Música es


Bubie, de Friburgo/ Copyright ©2005, juan carrillo

La verdad es que no se quien sea Ud. señor La Madrid. Por lo pronto, es apenas un pequeñísimo retazo del diario. Pero no me resulta difícil imaginar que nos haremos buenos amigos. Usted me va a enseñar a cantar.

Me he preguntado muchas veces por qué me seduce tanto la música. Cuál es el motivo de esta especie de obsesión o fanatismo que perturba mis horas, distrae mis oídos sin descanso, envuelve mis silencios, enfría mi tristeza, enciende mi alegría, atenúa mi enojo, aún estando solo o en presencia de terceros, no importa lo noble o lo estúpida, lo grave o lo trivial de la tarea que me convoca.

Dice Ramazotti que la música es mirar hacia lo lejos, dentro de ti mismo, la luz de los reflejos al fondo del abismo. Eso parece ser verdad. Sus melodías hacen soportable la más gris de las melancolías. Sus frases pueden reflejar lo que mis labios no pueden, no saben o no quieren expresar. Y te empujan al abismo de tus emociones o te rescatan de él.

“Soy rico de lo que no tengo” dice Lerner. Yo, como él, tampoco tengo “nada más que risas, lágrimas y sueños/ y estas ganas de volar”. Aunque sienta las alas cada vez más cortas. Afortunadamente, la música, continúa Eros, es “la inmensidad del cielo azul/ o tal vez mi pensamiento, mi quietud” y lo es a tal punto “que sin darme cuenta se/ que todo en torno a mí/ música es...”.

Mi cabeza no tiene aún una respuesta lógicamente ensamblada y gramaticalmente construida, pero lo cierto, lo definitivamente cierto es que cambiaría todo (o casi todo) por el privilegio de dedicarme a tiempo entero al noble arte de dibujar con palabras, melodías y voces la forma de mis sentimientos y de todos (o casi todos) los episodios de mi vida.

Por cierto, no sé si ese futuro soñado llegará alguna vez a realizarse ni si es razonable a estas alturas de mi vida aspirar a tan ingenua y narcisística banalidad. Pero sí se que, por lo menos, llegada la oportunidad y ante la inevitable condicionalidad de su duración, no ha de sorprenderme silbando una canción al viento al pie de mi ventana, sino ensayado y diestro en el arte de entonarla con la más estomacal de mis voces. Y de acompañarla con mis dedos, extrayendo organizados y agradables ruidos del teclado de mi órgano Casio, ese que aún no tengo pero que he de adquirir alguna vez y que he de aprender a querer, como a mis hamsters o como al keyboard de mi computadora.

Y usted me va a enseñar, señor La Madrid. Hoy marcaré su número. Prométame no más que lo haré, que no voy a postergarme otra vez por causa de mí mismo.

© LGO 1995

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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com