11.2.12

El saco


Hacía más de dos años que no me ponía este saco. Está bien conservado, fue buena idea guardarlo en su funda de poliéster. Lo usé muy seguido en esa época, pero ahora ni me acordaba que existía. Vaya, todavía me queda bien y luce como casi nuevo. Es Pierre Cardín después de todo, cien por ciento lana. Está decidido, lo usaré esta mañana. 

Debo antes cepillarme los dientes pero sin el saco, pues una sola gota de pasta se pegaría sobre la tela con igual fervor que una gota de vino. Necesito llegar puntual, a las 8.30 empieza la reunión y yo soy quien la convoca. Acá dice que esta pasta dental me ayudará a obtener una sonrisa más blanca y radiante. Según la TV, es la que usa Shakira. Ojalá sea verdad, pues estoy furioso con los redactores. Hace quince días que debieron entregarme los originales del libro, pero he tenido que devolvérselos seis veces pues siempre que quedamos en algo terminan haciendo un mamarracho. Están acostumbrados a hacer lo que quieren. Como nunca han tenido un coordinador, ahora yo soy su pesadilla. Mala suerte para ellos. Tiempo y paciencia es lo que menos tengo. Me van a conocer ahora con mi peor humor. 

Los bolsillos de este saco habían estado llenos de cosas… ¿Qué es esto? Es un recibo del odontólogo. Es de mayo del 2008. Claro, lo recuerdo, es de aquella vez en que me caí y me rompí el premolar superior derecho, justo 24 horas antes de una entrevista de trabajo. Fue un accidente callejero estúpido, alguien pronunció mi nombre y me distrajo pensando que se dirigía a mí, terminé con la boca hinchada y bañado en sangre. Abandoné todos mis compromisos por ir en busca de un dentista que estuviera disponible y me pusiera una prótesis a cualquier precio. A punta de hielo me desinflamé después la boca para no dar lástima en mi cita del día siguiente. En segundos, ese lunes mi vida dio un giro inesperado, pasé tantas horas de incertidumbre que llegué a la entrevista laboral manso como un cordero, con menos autosuficiencia que nunca. 

Este otro papel doblado y garabateado es… ah, la tarjeta de embarque de mi viaje a Trujillo. Fue en enero del 2009. Allí tuve una reunión de trabajo con cinco colegas editores de la región por un proyecto de revista que al final no prosperó, por lo que terminó costándome más caro el pan que el perro. Ocurre que en el opulento almuerzo que les invité en El Mochica, el seco de cordero con frejoles que me comí, rociado de harto pisco y cerveza, me causó una indigestión descomunal. El dolor y el vértigo me paralizaron en media calle, cuando todos nos habíamos despedido ya. Caminé tambaleante hasta mi hotel, sudando frío y con la vista nublada, para arrastrarme después hasta mi habitación, encerrarme en el baño y caer finalmente desplomado al pie de mi cama. Dormí dos horas seguidas y desperté cincuenta minutos antes de que partiera mi avión. Amontoné todo en la maleta y corrí al aeropuerto como un condenado en fuga, y si no perdí el vuelo fue gracias a la misericordia del personal de la aerolínea. 

Esto de acá… es la factura de una cevichería. Octubre del 2008. Por supuesto, es del almuerzo que tuve con Roberto, ese hijoeputa. Me habían dicho que me estaba indisponiendo con el jefe del suplemento cultural de un diario con el que colaboraba ¿Qué le importaba a él si mis artículos eran o no aburridos? Que sea jefe de redacción no le daba derecho a entrometerse, para eso el suplemento tenía un jefe, ¿quién le pidió opinión? Yo lo invité a almorzar, tenía que darle un escarmiento. Fui muy amigable con él, por eso no se dio cuenta de la pastilla que disolví en su cerveza. Cuando se quedó dormido sobre la mesa, con ayuda del mozo lo metí al carro. No tiene cabeza para el trago, le dije. Luego me fui al Callao y me acuerdo que lo vendí por 50 soles a unos facinerosos del barrio de Zepita. Lo dejaron calato, molido y descalabrado al desgraciado, botado en un relleno sanitario. Al día siguiente no se acordaba de nada el papanatas. Qué pena, pero esta clase de cretinos me pone siempre de pésimo humor.  

Y esto de acá… ¿qué es? Oh es la credencial de mi trabajo anterior. Espera, ¡es la credencial de Cristina! No imaginé que aún la tenía y menos en este saco. Hubiera jurado que me deshice de esto. Esa mujer me jodió. Cuando llegué a Universo fue tan gentil conmigo, me presentó a todos, me explicó las rutinas de la oficina, las costumbres del personal y las cosas mal vistas que jamás se me debería ocurrir hacer. Tener de chaperona a la secretaria del jefe, me dirían después, era un tremendo lujo, pues la muchacha no solía mostrar la misma cordialidad con nadie ¿Cómo podía imaginar su doble juego? Cristi era una mujer linda y seductora. Es difícil no echarla de menos. Pero ni nuestras furtivas escapadas a la azotea del edificio para besarnos sin control, ni todas las noches de desenfreno que pasamos juntos, podrían hacerme olvidar su traición ¿Cómo pudo el gerente estar al tanto de todas mis confidencias si no fue de su boca? ¿Cómo sabía lo que pensaba de él si no se lo había dicho a nadie más? No, a otro perro con ese hueso. 

Al final, ser invitado a renunciar no fue para mí una ofensa tan grande como el cinismo de esta fulana. Estoy acostumbrado a irme con mi música a otra parte cada vez que no hago falta en algún lugar. Pero hay cosas en la vida que son intolerables y que me ponen de mi peor humor. 

No fue grato ver su cuerpo desparramado en la pista, no señor, pero qué se puede esperar de un batacazo desde el piso 14. La policía dijo después que tenía marcas sangrantes en el cuello y que al parecer fue estrangulada antes de ser arrojada. Sin embargo, ¿qué policía se va a tomar la molestia de investigar un supuesto crimen cuando se trata de un prójimo sin apellido? Los padres de Cristina eran gente modesta y habían fallecido hacía años, su única hermana, casada con japonés, vivía en Tokio y estaban muy distanciadas. Ni siquiera vino a su funeral. La noticia salió al día siguiente en los noticieros y después se olvidó. Quedó como un suicidio más. Bueno, como diría mi madre, a todo pavo le llega su diciembre. 

Ahora sí, llegó la hora, a ponerse el saco. Espero no demorar demasiado en encontrar un taxi. Éste amarillo que se acerca es un Chevrolet Chevy, lindo carrito, es la nueva flota que ha entrado al mercado. Señor, buenos días, necesito ir a la Editorial Balderrama, en Barranco, a tres cuadras de la bajada a la playa. ¿Sí conoce?, perfecto, lléveme por favor a toda máquina. 

Oh la credencial sigue en el bolsillo. Debí destruirla. El colgador del fotocheck que alguna vez fue una seda azul, suave y brillante, ahora está tieso y oscuro. Es el efecto de la sangre seca. Hasta debe haberme manchado el bolsillo por dentro, ¿cómo no me fijé en eso? Guardé el saco sin lavarlo. Qué fastidio. Encima me tocará pelearme con esos babosos de la oficina. Ese Baldomero es el peor y es el cabecilla. Pero ya me está hartando. La gente no me conoce cuando me pongo con mi peor humor. 


Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 16 de febrero de 2014
Fotografía © antobelly_collection/ www.flickr.com

1 comentario:

Marjorie dijo...

Muy bueno Luchito...

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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com