11.2.12

Ojos bonitos


Mamá ¡que lindo día! dijo Naomi. Hijita, está lloviendo a cántaros. Pero mira las gotitas en la ventana mami ¡mira cómo se juntan y van formando culebritas! Hace mucho frío hija, respondió la madre con cierto fastidio. ¡Entonces usaré la chompa de colores que me tejió la abuela! comentó la niña con exaltación. Los ojos de Naomi fueron perenne objeto de admiración. De sur a sur se abren tus ojos, escribió Neruda, quizás anticipando la hermosura e inmensidad de sus negras pupilas. Pero la admiración de la gente se dirigía también a esa extraña, muy extraña, cualidad de embellecer todo lo que veían. 

Connotación positiva llama la psicología a la facultad de voltear por el revés un problema –sus hechos, sus detalles, sus sentidos- a fin de buscar motivos de esperanza allí donde sólo parece existir razones para la derrota. Naomi, a sus 5 años, no entendía de esto. Sus ojos bonitos, simplemente, podían percibir pequeñas luces en la oscuridad y dejarse maravillar por ellas. Si Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para poder pensar, como contaba Borges, Naomi por el contrario parecía pensar con sus ojos. Y sus pensamientos eran siempre hermosos. 

Durante su adolescencia, esta curiosa gracia se fue acentuando. Brenda es una niña muy tierna, dijo una vez de una de sus sobrinas. La risa de sus hermanos fue instantánea. Brenda era famosa en la familia por su capacidad para sacar de sus casillas a su madre y a sus tías, llevándoles la contra en todo. Su profesora también se había quejado de su rebeldía. Pero la quinceañera Naomi no podía imaginar tanta maldad en una niña de siete años que todavía dormía abrazando a su osito. Las opiniones de Naomi eran en primera instancia tan incomprendidas como ignoradas, pero nunca faltaba alguien en el entorno que las masticaba y terminaba haciendo algo al respecto. Cuando la situación empezaba a mejorar, los elogios a Naomi no se escatimaban. Sus compañeras del colegio la querían mucho porque siempre tenía ojos para las cosas buenas que sus profesores ni sus padres sabían mirar en ellas. Ni siquiera ellas mismas

Cuando Naomi estaba por terminar la carrera de periodismo, se sorprendió de ver a tres de sus mejores amigos debutando en la blogósfera. Los admiro mucho, les comentó emocionada. Tu no sabes lo que nos ha costado sacar este blog, le respondieron con desgano, si lo supieras, nos sonarían a burla tus palabras. Estamos enterados que casi mandan todo al diablo y que han terminado odiándose, replicó Naomi. Pero no sabía que habían llegado a publicar. Hace tres años ustedes no sabían ni escribir una carta al director académico. Me sorprende ver cuánto han progresado ¡Admiro eso! Estos cambios de perspectiva eran los que hacían de esta muchacha una persona muy apreciada en la facultad. A lo largo de su vida universitaria, Naomi solía ser consultada por sus compañeros antes de entregar sus trabajos, pues nadie como ella para encontrarle algo valioso al más patético esperpento.

A sus 32 años, una década después de salir de la universidad, Naomi continuaba siendo objeto de veneración por el talante de sus ojos. Un buen día, a propósito de los problemas que empezó a tener su jefe con el director de la revista en la que por entonces trabajaba, Naomi advirtió a sus compañeros: Jorge no es malo, sólo está triste. No necesita presión sino motivación. Para sus colegas, un hombre habitualmente distante y hasta brusco como Jorge, no parecía el prototipo de la tristeza sino de la frialdad. Para Naomi, en cambio, ni el espantapájaros de la tierra de Oz, con toda su desazón a cuestas, tenía la mirada vacía y tenue de este señor. La gente más próxima al jefe decidió concederle a Naomi el beneficio de la duda y ensayó un acercamiento más personal. Identificada la fuente de su opresión espiritual, los cambios de actitud ayudaron mucho a atenuar tensiones. Situaciones como ésta eran frecuentes. Sus fetichizados ojos continuaban siendo, como en su infancia, un socorrido faro en noches de tormenta.

Naomi cumplió 40 años y sus amistades seguían recitándole, con palabras de Cortázar, cuando tus ojos me cantan / se torna el día más claro. No tenían poder para anticipar el futuro, pero si para cambiarlo abriéndole a la gente puertas de salida a sus dificultades, puertas que nadie lograba mirar pese a tenerlas en sus narices. 

En una ocasión, de visita a una antigua amiga del colegio, Naomi hizo un comentario sobre la envidiable capacidad de su hijita Celina para hacer amigos ¡tiene tanto carisma! le dijo. La madre de la niña sonrío con benevolencia. Cuándo no tu Naomi, viendo siempre lo bueno de lo malo, le respondió. A mí me tiene harta, sus amigas la llaman a cada rato y están metidas en la casa todos los fines de semana. En el colegio ya me han advertido también que es demasiado amiguera. Naomi, una mujer tímida desde pequeña pese a ser Tauro, no entendía por qué nadie veía ese don más bien como una esperanza. A pesar de todo, la perspectiva de Naomi dejó pensando a la madre por varios días, hasta que decidió dejar de censurar la vida social de su hija. 

A lo largo de su carrera periodística, Naomi destacó en la crítica de cine. Sus notas tendían a rescatar el lado más logrado o el más prometedor de cada película, evitando que las deficiencias o altibajos de la producción, la dirección o la propia actuación acabaran desvirtuando lo esencial de la historia que querían contarnos. A sus colegas del gremio, en especial a los habituados a buscar los defectos de cada propuesta cinematográfica, este estilo no les hacía mucha gracia e hicieron de Naomi el blanco de sus más ácidos cuestionamientos. Eso no es crítica de cine, le decían. 

Pero el público sí la quería. Sus columnas eran muy esperadas, pues su mirada solía ser la más original y la que más lecciones aportaban a la vida de los lectores, cuyos comentarios llegaban todos los jueves como un alud incontenible a la web del diario. Naomi demostraba con sencillez y perspicacia que las historias vividas pueden siempre ser vistas y relatadas de más de una manera.

A sus 63 años, los ojos de Naomi se apagaron. Un glaucoma le ocasionó la pérdida progresiva de las fibras nerviosas de la retina hasta dañarle el nervio óptico. Naomi, indoblegable, decía que le tocaba ahora ensayar cómo se veía el mundo desde su lado oscuro. Y, con las ayudas necesarias, siguió tomando nota de las películas de estreno y escribiendo sus habituales columnas periodísticas con la misma agudeza, con la misma cualidad para encontrar el ángulo no visible de las cosas, el tesoro enterrado bajo la inmensa superficie de los hechos. Arde en tus ojos un misterio virgen, decía Jorge Machado en uno de sus versos que a Brenda le gustaba recitarle con amor.

La familia, sus amigos, sus colegas, la visitaban con frecuencia para relatarle sus historias personales y nunca dejaban de encontrar en ella, oculta bajo las gruesas lunas negras de sus anteojos extra grandes, la misma mirada penetrante e inesperada de la vida, capaz de descolocar al más alerta e ilustrado de sus ocasionales interlocutores. Se dice incluso, sin confirmar, que hasta dos presidentes la llevaron a la casa de gobierno en más de una ocasión para pedirle, en realidad para suplicarle, que les ayude a encontrar el lado positivo de las peores crisis políticas. 

Naomi murió a los 73 años. Su corazón cansado dejó de latir una mañana de invierno, cuando las gotas de lluvia golpeaban sobre su ventana con más insistencia, quizás como gesto de despedida a la mujer que las miró desde niña con ojos de bondad. Naomi murió en paz, diciendo a las enfermeras que la atendieron en casa hasta su último minuto que por fin iba a saber cómo se veía el mundo desde arriba. En su vieja lápida, bastante gastada ya por el tiempo, todavía puede leerse el epitafio que le escribieron sus hermanos: 

Lo esencial es invisible a los ojos


Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 18 de noviembre de 2012
Fotografía © Gonseras/ www.flickr.com

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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com