11.2.12

Astaroth en mi garganta


Tenía que tener un nombre y elegí llamarle Astaroth, pues su endemoniada presencia convirtió mi vida en un infierno. Desde que llegó a la casa, no ha habido noche en que tenga paz, sus ruidos y su hedor invaden mi cuarto hasta espantarme el sueño por completo. Durante cada fase de este insomnio perpetuo, ha llenado mi mente de preguntas horrendas sobre todas las cosas en las que he confiado siempre, y a tal punto ha derrumbado mis certezas que no me reconozco en el espejo. No me atrevo a levantarme de la cama por temor a encontrarlo y me oculto bajo las sábanas hasta que llegue el día. 

Ahora tengo miedo de quedarme aquí y, al mismo tiempo, siento que no puedo irme dejándolo en posesión total de las cosas que más amo. Ha habido días de exasperación en que me he animado a encararlo y lo he buscado, he recorrido la casa de arriba abajo, lo he llamado a gritos, he revisado cada esquina, cada habitación, cada tramo de la azotea, he examinado las tuberías, he tanteado las paredes y levantado las alfombras, pero mientras más lo convoco más fuerte es el silencio de su sarcástica respuesta. Esta falsa paz es su reino. Cuando la casa está quieta, cuando nada se oye, ese ruido aparece y ese olor nauseabundo empieza a filtrarse por todos los rincones. 

Hubo noches en que encendí la radio a todo volumen con la ilusión de no oírlo, de que el ruido lo espante y se repliegue a donde quiera que fuese su asquerosa guarida. Pero siento que detrás de cada melodía, Astaroth se agazapa en espera del próximo silencio. Sabe que la bulla no durará para siempre y que en cualquier pausa me hará sentir que sigue allí, atrás de mi sombra, esperando con paciencia que baje los brazos y los párpados para volver a atravesarme con la espada de la duda. Sé que viene por mí, pero no me quiere recoger entero sino como un trozo de yeso estrellado, esparcido y sucio sobre esta alfombra mugrienta. 

A veces lo siento en la cocina, como si husmeara entre las ollas. Si pensaras que es solo mi imaginación ten-drías que ver el arrugado y chamuscado trozo de aluminio en que las convierte cada vez que las toca. Otras veces se refugia en el baño, puedo oírlo con nitidez agitando mis cortinas, quebrando los espejos o jugando con el agua del inodoro. Cuando se instala en la biblioteca me deja sin poder leer durante días, sin el único consuelo que me queda en este triste encierro. Pero sólo en las noches entra al cuarto. Lo he sentido bajo mi cama, otras veces en el clóset, otras sobre mi frazada. Cuando se acerca demasiado escucho su respiración y sólo me queda apretar los dientes y los ojos con resignación, pues invocar el nombre de dios nunca me ha servido de nada. 

Jamás lo he visto, pero sé que está allí. Me acuerdo perfectamente del día en que llegó. Fue a los pocos días que te fuiste. Es como si hubiese estado esperando tu partida para venir a instalarse en mi cocina, en mi cuarto, en mi baño, en mi nostalgia. Bastante he tenido con tu ausencia, que colmó cada noche la oscuridad de mi habitación con el recuerdo del olor de tus cremas hidratantes y ese ronquido tenue que tanto amaba. Bastante tuve de esa dulce soledad impenitente hasta el día en que él llegó para quedarse. 

Astaroth lo sabe, lo sabe todo y se divierte con este juego cruel. Ahí está de nuevo. ¿Lo escuchas? Cada noche pienso que será la última. Será por eso que no quiero dormir. Quiero estar despierto cuando suceda. Quiero ver su mugriento rostro, si acaso tiene alguno. Y tal vez sea hoy. Hoy por ejemplo es un buen día. El frío castiga más cada hora mis entumecidos huesos, no queda nada en mi alacena, mis tripas se retuercen, las velas se consumen, en poco tiempo las sombras de la noche envolverán mi cara, mis brazos, mi consciencia y no tendré dónde esconderme. Sí, tal vez sea hoy. Está empezando a chillar de nuevo, tenuemente, aunque su olor siempre lo precede. Ese olor fétido, repulsivo, inmundo, que empieza a invadir mis pulmones lentamente y a enturbiarme la sangre.

Ahí vienen de nuevo esas preguntas. Las mismas preguntas de cada noche que castigan mis recuerdos con la duda. Por qué te dejé ir sin decir nada, por qué te condené al vacío de mis silencios, por qué me atrevo a seguir viviendo sin ti, por qué elegí ser el despojo que ahora soy en vez de ser alguien mejor contigo. Ya no quiero seguir especulando. Cada pensamiento que arremete me revienta las arterias una a una. Será por eso que tampoco puedo moverme ya. El olor, es más intenso ahora, no lo soporto. No hay agua de alcantarilla ni carne descompuesta que huela así. Es peor que un derrame de azufre, una gavilla de huevos podridos o un almacén de llantas consumido por el fuego. 

Es la hora. Ese hedor se mete por mi piel, invade mi nariz y comienza a teñir de negro mis espaldas. No lo soporto. Esa pestilencia, esa repugnante fetidez ahora sale de mí. Y ese chillido, aquel chillido horrendo que martirizaba mis tímpanos hasta hacerlos sangrar, empieza a brotar de mi garganta. 

Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 11 de diciembre de 2014
Fotografía © Inferno Tatuajes/ www.flickr.com

No hay comentarios.:

Todos mis cuentos

Todos mis cuentos
Fotografía (c) John Earley/ flickr.com