3.12.10

Tranvía de mis recuerdos


Nada de lo que imaginé necesario hacer hace apenas un año, y que después hice, existe ahora. El tiempo se llevó para siempre hacia una dimensión misteriosa del universo –que en algún futuro lejano lograremos penetrar a campo abierto para asombro o terror de la humanidad- una infinidad de llamadas telefónicas, almuerzos memorables, coordinaciones agitadas, asperezas inevitables, conversaciones imprescindibles, gestos inesperados, despedidas esperanzadas, bienvenidas gozosas, risas por doquier y, por supuesto, chocolates al paso, cafés al por mayor, angustias y desconciertos, revelaciones, alegrías, furias, sorpresas y desencantos, uno que otro pisco sour y una cantidad incalculable de nostalgias y atardeceres. 

Los días pasan como tranvías, decía el poeta, y el paisaje cuya belleza te helaba el corazón está destinado a desaparecer de la ventanilla para dar paso a otro que, aunque te guste menos, también se esfumará. Es la sentencia de Heráclito. La vida es un inmenso fluir y nada de lo que pasa por tus narices, o a través de ellas, permanece. 

Pareciera que los días fueran una despiadada máquina procesadora de anhelos, que convierte en historia todo lo que sale de tu imaginación para someterse a las implacables reglas del tiempo y el espacio. Hasta las cosas que acumulamos y que nos siguen contemplando más allá del calendario, son portadoras de un sentido que tuvo fecha de nacimiento y que en muchísimos casos, exhibe fecha de expiración. La experiencia que les dio valor, también se volvió recuerdo.

Claro que si uno lo piensa mejor, quizás no todo esto se vaya a la quinta dimensión. Es verdad, la canción que ensayaste hasta lograr que la melodía se te meta en la sangre, el abrazo que te salvó o salvó a otros de algún abismo ocasional, el libro que por fin leíste y que te dio la clave de respuesta a los enigmas que perturbaban tus noches, el sueño que por fin regresa y que puedes prolongar hasta que se extinga solo, la palabra esperada que finalmente llega, la sonrisa que limpia tus miedos, el ají de gallina que jamás probaste o la voz del amigo que atraviesa una cordillera para encontrarte a ti, también constituyen realidades fugaces y se viven sólo una vez. 

No obstante, mutantes enigmáticas e incorregibles, de alguna otra forma se quedan contigo, como si permanecer fuera una predestinación. Lo que es mejor, transforman o quizás mejoran –una y otra vez- el boceto que habías hecho de ti mismo. Y aunque el tranvía siga su marcha inmisericorde, en cada estación de la vida, lo notemos o no, nos convierten en otro. 


Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, viernes 25 de febrero de 2011


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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com