11.2.12

Esquizosaurus


Ahí está Lucas, sentado en esa sillita verde de madera forrada en formica que alguna vez fue de su desaparecida hermana, con estas horribles hojas impresas delante de él. Ha estado allí casi toda la tarde, como todas las tardes, practicando el trazo sobre la línea punteada en zigzag, ordenando los números de un trencito de mayor a menor o coloreando de amarillo las manzanas que tienen la hojita del tallo mirando hacia la izquierda. Al principio, cuando todo esto empezó, a Lucas le era divertido. Ahora le duele en la boca del estómago pasarse horas encerrando en un círculo las vocales de un texto sobre el elefante Orlando o trazando líneas que unan de manera correcta nombre e imagen tanto del Triceratop, el tiranosaurio y el mamut como del pterodáctilo. Esto último se le hace fácil porque todos esos animales los tiene entre sus juguetes. Pero a Lucas le cansa estar en lo mismo cada día, le irrita sentirse vigilado y apurado, le avergüenza ser amonestado cada vez que se distrae. 

El padre acaba de llegar. Lucas se levanta para dirigirse a él. El papá lo contiene y le dice ¿Terminaste tus tareas? Sí, responde sin titubear. No, dice la madre, le falta un poco. Entonces no te pares hasta acabar, le dice con seriedad. Lucas quiere sollozar. El padre se acerca y le recuerda las reglas de la casa: no juegas, no comes, no te levantas de la mesa hasta terminar tu tarea. Después, todo lo que quieras. Luego se va. 

La mamá se aproxima ahora y le dice que, en efecto, no jugará mientras no acabe. Pero que sí comerá, se bañará y se acostará de inmediato. El niño, sorprendido, le dice que quiere jugar. La madre le dice acaba de una vez. El niño llora confundido. La madre le dice cállate. El niño grita más fuerte. El padre interviene, se acerca y lo amenaza. La madre, mortificada, lo encara con energía, le pide que se calle y que no se meta. Se inicia una discusión. Entonces Lucas se para de la silla, agita los brazos y dice con voz robusta: ¡soy un Tiranosaurio! y empieza a correr en dirección a su cuarto, derribando lo que encuentra a su paso con su cuerpo. 

La madre no se inmuta. La escena es conocida pues se reitera casi a diario desde que Lucas entró al salón de 5 años en el nido. Reprocha al padre por entrometerse y va por el niño a su habitación. Lucas, como ya es habitual en medio de estas crisis, está en el piso jugando y haciendo luchar a sus dinosaurios de plástico con fiereza. La mamá recoge a su hijo sin decir palabra, le sirve su comida, lo baña, después lo acuesta, tal como le anunció. A Lucas le agrada que su madre lo atienda. También le gusta que lo defienda de la frecuente impaciencia del padre. Pero le da tristeza y rabia que lo siente todas las tardes a llenar esas benditas hojas. Lucas está embrollado, aunque no dice media palabra. Ya en su cama, solloza discretamente hasta quedarse dormido.

Es sábado. El papá ha sacado a Lucas al parque a patear la pelota un rato. Corren, ríen, ruedan por el pasto. Lucas es feliz. Al regresar a casa, los espera una mamá muy enojada: qué bonito, con el pantalón mugriento, ¡ese pantalón estaba recién lavado! ¿Quién crees que lo va a tener que lavar de nuevo? No me digas que tu papá, porque él no mueve un dedo en esta casa. ¡Sácatelo de una vez! Lucas se ensombrece. La mañana había sido muy grata, pero ahora debía sentirse culpable por haberla disfrutado a costa de su madre. Él le temía a su padre, esa mañana, sin embargo, como cada tanto, le había mostrado una faceta más amable. Lástima que, al parecer, eso también estaba mal. La madre lo había desaprobado con furor. 

El padre, acostumbrado al ritual, ignora la escena y se dirige a la televisión. Su indiferencia enfurece más a la madre, que ordena a Lucas sentarse de una vez a hacer sus tareas de fin de semana, mientras se dirige a la cocina lanzando ácidas ironías contra su padre. El papá responde con desgano devolviendo una ironía. Esa chispa enciende la pradera. En medio de la trifulca sabatina, que sube de tono con gradualidad y que tiene como trasfondo quién es el que ensucia y quién es el que limpia en esa casa, Lucas se paraliza. El niño tiene sus hojas de aprestamiento en la mano. Ahora las lanza por el aire y corre rugiendo a su cuarto a jugar con sus dinosaurios.  

Es martes. El pequeño ya almorzó y está nuevamente sentado en su sillita haciendo las tareas. Ahora debe completar las patas de seis ciempiés dibujando las líneas de arriba debajo de forma simétrica, unir con el lápiz la línea punteada del dibujo para completar la imagen de un gatito, realizar trazos de izquierda a derecha siguiendo las señales de un lapicito amablemente antropomorfizado, entre varias tareas más. Lucas está aburrido y enervado, pero no puede interrumpir la actividad. Quiere jugar, quiere hablar, quiere echarse en el piso, y sabe a la vez que desear eso no es bueno, hará sentir mal a su madre y le traerá problemas. Lucha contra sus sentimientos, pero las ganas no se le van, se pone ansioso, su respiración se acelera. 

Lucas se encuentra ahora en la cima de una colina, contemplando con fascinación un misterioso valle poblado de gigantescos reptiles. Megalosaurios acechando Iguanodontes, Triceratops comiendo hierba en perfecta paz al lado de gigantescos Braquiosaurios de cuello largo, y estegosaurios pastando con desaprensión al pie de un turbulento río. 

¡No has hecho nada hasta ahora! Grita la madre. Lucas reacciona: sí he hecho mamá, sí he hecho. Yo soy una mentirosa entonces. No mamá, no eres mentirosa. Entonces por qué niegas lo que están viendo mis ojos, estoy mirando las hojas. He hecho los ciempiés. ¿Y lo demás? ¡Lo voy a hacer ahora mamá! No me grites Lucas. No he gritado mami. ¿Tu me quieres a mí? Si te quiero mamá. Pues no parece, si me quisieras no me harías renegar todos los días de esta forma, eres igual que tu padre. Si te quiero mamá ¡si te quiero! ¡Entonces obedece y has la tarea de una vez! 

Lucas llora en voz baja, conteniendo su rabia. La madre lo acaricia, le dice que deje de llorar y que se apure en terminar antes que venga su papá. La reiterada alusión al padre lo pone más ansioso. ¡Ya cállate niño! Le grita la madre con impaciencia. Lucas se levanta de la mesa de forma intempestiva. Da un grito, bota las hojas al piso y empuja a su madre. Ahora corre hasta su habitación y se encierra en ella. La madre va detrás de él. ¡Abre la puerta! grita. Al chico se le escucha dar rugidos. Se ha puesto a jugar. La mamá, furiosa, golpea la puerta insistentemente. Pero es inútil. Lucas no abre. Entonces ensaya persuadirlo. Luquitas abre, no me hagas perder el tiempo hijito con todo lo que tengo que hacer. Ven y me acompañas a la cocina a preparar gelatina. 

El padre llega de pronto y se sorprende de la escena. Pregunta qué está pasando. Una vez enterado, exige a Lucas con tono imperativo que abra la puerta. La madre se pone nerviosa y le dice que por las malas no. Una vez más, se produce una discusión muy agria en la puerta de la habitación de Lucas. Se actualizan viejos reproches. El juego consiste en que alguno de los dos tiene que aceptar la culpa de todos los problemas con Lucas. El que acepta pierde y es por eso que ninguno puede hacerlo. No obstante, el que deje de atribuirla al otro también pierde. Al niño ya no se le escucha. 

Lucas está en el parque. Se le puede ver desde la ventana de su habitación. Parece estar masticando algo muy grande, eso es notorio a la distancia debido a sus enormes dientes. Ya no llora. Se le nota más tranquilo y, curiosamente, muy seguro de sí mismo. Sus padres corren hacia él pero al acercarse se detienen. Hay algo distinto en su expresión. Sus ojos, hay algo raro en sus ojos. Su mirada ya no es la misma. Es una mirada penetrante, aguda, aterradora. 

Hay un viejo debate entre los especialistas sobre el Tiranosaurio. Unos postulan que fue un depredador, es decir, un animal feroz que cazaba a sus presas haciendo uso de su velocidad y su enorme fuerza, respaldada en sus seis toneladas de peso. Otros, en cambio, sostienen que en realidad fue un carroñero, digamos, un animal inofensivo que se alimentaba de cadáveres, un ser inocuo que había convertido la muerte de los otros en su medio de subsistencia. 


Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 09 de diciembre de 2012
Fotografía © maquillajeartisticoromina/ www.flickr.com

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