11.2.12

Vuelvo enseguida


Gerry Lane desayuna en familia esa mañana mientras se anuncia por televisión la ley marcial en Filadelfia, una medida desesperada para contener la expansión vertiginosa de un nuevo y sumamente agresivo tipo de virus. Pocos minutos después, atrapados por un tráfico inusualmente denso en la ciudad, un policía les ordena con gravedad no bajarse del auto por ningún motivo, justo en el momento en que es atropellado violentamente por un camión con un zombi al volante. De pronto, masas de zombis aparecen por las calles mordiendo y contagiando a todos los transeúntes a su paso, transformándolos al instante en criaturas sanguinarias. 

Claudia empezaba a sobrecogerse con las primeras escenas de la película que Alberto le insistió tanto en venir a ver. Ella hubiese preferido ir a ver Turbo, la historia de un parsimonioso caracol de jardín que soñaba con ser el corredor más veloz del mundo, a imagen y semejanza de su ídolo, el cinco veces campeón de Indianápolis. Pero era la primera vez que salían juntos luego de un largo flirteo, Claudia no quería proyectar la imagen de una niña grande, así es que hizo de tripas corazón y aceptó venir a ver una película que ni la presencia de Brad Pitt le hubiese llevado a elegir nunca por sí misma. 

No obstante, la butaca de Alberto continuaba vacía. Vuelvo enseguida fueron sus últimas palabras antes de salir por gaseosas y Pop Corn, cuando aún las luces estaban encendidas y la pantalla permanecía apagada. Fila 6, butaca 7 le había advertido ella por si volvía cuando la sala estuviese a oscuras. Claudia suspiró y asumió que la demora se debía seguramente a la aglomeración de gente o a que Alberto había aprovechado para ir al baño. A estas alturas, Gerry y su familia ya estaban a salvo a bordo de un buque de la Armada de Estados Unidos en las costas de Nueva York y, obligado por las circunstancias, se aprestaba a volar a la base militar de Camp Humphreys en Corea del Sur, a investigar el probable origen de la feroz epidemia. 

Al cumplirse 30 minutos de ausencia, Claudia empezó a preocuparse. Para su mala suerte, Alberto dejó olvidado su celular en casa y no había forma de contactarlo por teléfono. ¿Se habría puesto mal de pronto?, ¿lo estarían demorando por falta de cambio?, ¿o se habría encontrado con alguien de forma imprevista?, pero ¿podría él entretenerse con otra persona sabiendo que ella lo estaba esperando? Sin duda la situación era anormal, nadie invierte media hora en comprar snacks estando la película a punto de empezar.  

Gerry ahora está en Jerusalén, escuchando de un líder del Mossad la historia de un general del ejército de la India que afirmaba que sus tropas luchaban contra el Rakshasa, es decir, contra muertos vivientes o seres demoníacos. Una hora después de que Alberto salió a comprar una gaseosa que nadie le pidió –cómo decirle en su primera salida que ella no tomaba gaseosa- Claudia estaba ya no sólo preocupada, sino también fastidiada e incómoda. Si no le había pasado algo malo, la situación era inexcusable. Por último, si su compañía no le resultaba grata, ¿no era mejor que se lo diga abiertamente en vez de largarse así no más, tan groseramente? 

En el momento que los zombis contenidos por una gran muralla en las afueras de Jerusalén logran sortear la barrera e invadir la ciudad ante el pánico colectivo, Claudia se sintió aterrada y, de paso, más abandonada que nunca. Había pasado horas frente al espejo, se puso su vestido nuevo y los mejores botines de cuero que tenía, la peluquera le hizo el laceado japonés convirtiendo su cabello en una obra de arte, estaba lista para impresionarlo. 

Había pasado por alto que Alberto no se fijase en ninguno de esos detalles cuando se encontraron, como convinieron, en la cola de entrada de la sala 6 del multicine. Hombre al fin se había dicho a sí misma. Pero ahora se preguntaba si algo en ella era lo que podía haberle disgustado tanto. Quizás no fue vestida como él esperaba o no fue lo suficientemente efusiva al saludarlo, tal vez no celebró sus bromas como le hubiese gustado o, a lo mejor, empleó en algún momento importante de su breve plática una palabra inconveniente, ¿qué pudo provocar un desencanto tan radical? 

Ciertamente, también pensaba que en cualquier caso, él no tenía derecho a hacerle esto, que nadie podía actuar de un modo tan arrogante y despectivo con nadie, menos con alguien por quien había mostrado tanto interés y sin mediar motivo. Al mismo tiempo, ella se sentía mal de pensar así. ¿Y si estaba en el hospital?, ¿si fue víctima de un secuestro al paso?

Gerry se encontraba ahora en el centro de investigación médica de la OMS, ya se había producido el accidente fatal del avión comercial que lo conducía a Gales y al que sobrevivió esforzadamente, y Claudia, noventa minutos después, empezaba recién a considerar la desaparición de Alberto como un hecho irreversible. La desazón se convirtió en tristeza. Claudia lloraba en silencio, lloraba de rabia, aunque también a causa del virus de la culpa. 

Luego de sortear con dificultad a varios trabajadores del centro médico convertidos en zombis, Gerry logra entrar en el ala del edificio donde se encuentra la cámara de almacenamiento de patógenos, pues sospecha que los zombis no muerden a los infectados con enfermedades graves o terminales. Esa podía ser la clave de una vacuna. Mientras tanto, en la fila 6, butaca 7 de la sala 5 del cine, un desconcertado y mortificado, pero también culposo Alberto no logra concentrarse en el momento culminante de la película  dirigida por Marc Forster. Al cabo de dos horas de angustiosa y vana espera, no termina de explicarse el motivo de la butaca vacía de Claudia con la que se encontró, apenas a los 10 minutos de haber regresado con las coca colas. 

Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 29 de julio de 2013
Fotografía © quémásda/ www.flickr.com


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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com