16.8.09

Sinfín



No es que no valiera la pena decir nada, sino que lo sentía completamente innecesario. En el pequeño historial del que podía dar cuenta, una palabra, un gesto, un movimiento, una plática, una casualidad, una elipsis, alguna interrogación, una que otra especulación, se habían sumado al otro y al otro y después al otro y al siguiente episodio, hasta formar una cadena infinita de singulares apremios que exigían a gritos un desenlace.

Ese día, a esa hora, decidió que no había nada más que esperar. No necesitaba haber estudiado demasiado la psicología profunda de la comunicación humana para entender que la no-respuesta era también un desenlace. Un no-desenlace sistemático, recurrente, inacabable, es sin duda una manera algo ingrata e indeseable pero no imposible de concluir algo sin concluirlo, de escribir un epílogo con final abierto pero en el tercio inferior de la última página, sin espacio para nada más que no fueran una o muchas, demasiadas, conjeturas, ya sin posibilidad alguna de confirmación.

La tarde era gris y la repentina oscuridad del cielo anticipaba innecesariamente la noche. Las gentes caminaban en todas direcciones, empujadas por sus prisas personales, siguiendo el guión de su propia historia, en trance quizás por las consecuencias esperadas de su afán o angustiadas igualmente por su eventual desvanecimiento. En medio de esa casual colectividad de anónimos, decidió reorientar sus pasos, esta vez hacia el oeste. No es que no tuviera nada que decir o que pensara que sus palabras de ocasión carecieran de algún valor. Es sólo que, lo sabía, nada sería distinto después de ellas. Era mejor cambiar de rumbo.

Alguien podría haberle explicado la importancia de expresar a tiempo y con claridad las propias expectativas, para despejar desde el principio la mayor o menor probabilidad del resultado buscado. Pero ¿Qué pasa cuando el resultado es apenas una posibilidad que surge en medio del camino? ¿Qué sucede si su fragilidad la hace tan vulnerable a las palabras que el solo hecho de nombrarla podría hacerla desaparecer? ¿Qué ocurre si más que una premonición o un propósito es puro azar, que cobra forma, fuerza, realidad, en la medida que surge el interés y la oportunidad de un destino inesperado?

Alguien podría haberle explicado también la importancia de la paciencia y la perseverancia en el difícil arte de la persecución de los sueños, cualquiera fuese su entraña o dimensión. Pero la propia Biblia afirma con sabiduría que hay un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse, un tiempo para buscar y un tiempo para perder, un tiempo para guardar y un tiempo para tirar, un tiempo para callar y un tiempo para hablar. Y lo que sentía en ese desencantado y lúcido instante es que era tiempo de irse.

Lima, 16 de agosto de 2009
Fotografía (c) bydiox/ www.flickr.com

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