11.2.12

Volver a penas

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo
Jorge Luis Borges

Sí. No hay vacuna contra la decepción, la frustración o la pérdida. Desde el primer malestar por la leche que no llega cuando más falta nos hace o la indolente indiferencia adulta a nuestras primeras lágrimas, hasta la partida definitiva de alguien que amamos, el agobio estacional de la soledad o el repentino desvanecimiento del amor, la experiencia del dolor y el desconcierto atraviesa inevitable todas nuestras edades. No es el único transversal, afortunadamente, pero a pesar del temor o desazón que nos provoca la posibilidad del sufrimiento, no hay prevención ni inocencia que valga contra tan respetable e invasiva emoción. 

Mis amigos médicos me explicaron alguna vez, quizás algo a destiempo, que el dolor corporal cumple una función trascendente, pues nos alerta sobre algo que no anda bien. Las enfermedades silenciosas, en cambio, las que no dejan heridas, son las que deben temerse más. No sé si la tristeza cumple ese rol con similar precisión, pues a veces su fuente no nos lleva hacia las seguras fallas de los demás o a los errores clamorosos que solemos cometer con entusiasmo –y no siempre sin querer- sino a nuestros propios monstruos interiores. 

Y quizás allí, en esta vaguedad de origen, esté la explicación de un problema aún más grande que las noches oscuras con las que de tanto en tanto nos sorprende la vida. De todos los laberintos, el mejor es el que no conduce a nada, dice Benedetti, pues ni siquiera va sembrando indicios. En verdad y más allá de toda confusión, el dolor nos puede enseñar a vivir bastante más que su ausencia si, en un arrebato de serenidad, nos atrevemos a aprender de él, o simplemente destruirnos a plazos si no estamos aptos para la cosecha. Se sufre por gusto cuando se sufre sin saber por qué, cuando se elige ser víctima quizás para huir de la propia culpa o cuando nos ahogamos en culpa para no decepcionarnos de nadie. 

Aunque alguna vez lo creí, ya no creo que el dolor redima. Lo que te salva acaso es la lección que extraes del tropezón y no el golpe por sí mismo. Nada te excusa de pensar. También es cierto que pensar como dios manda, es decir, liberados de odios y prejuicios, no siempre resulta fácil a la gente. El menosprecio del otro siempre nos hace sentir mejores, solían decir unos amigos que extravié. 

Me voy apenas y volveré a penas, decía también Benedetti, aludiendo a pérdidas y lejanías indeseadas que una vez subsanadas ya no saben igual. Pero así está hecha la vida y como no sabemos si habrá segundo tiempo para nuestras gastadas almas, a efectos prácticos, es el único tiempo óptimo disponible para ser feliz de alguna (creativa) forma. Amén. 


Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 10 de octubre de 2012
Fotografía ©  flacucharecords/ www.flickr.com

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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com