11.2.12

Maldita sea


Esto es una cámara, dijo Denisse en voz alta. El aparato, abandonado y solitario en el asiento trasero del taxi, era impresionante, estaba prácticamente  nuevo y lucía bastante sofisticado ¿Recuerda usted al último pasajero al que le hizo el servicio?, preguntó al chofer. Era una señora, le respondió, pero no sé quién sería, la recogí de un restaurante en San Isidro y la dejé en la estación del metro de Javier Prado. Se le notaba algo nerviosa, pero nunca la había visto antes. Entonces, ¿cómo le devolvemos esto? Quédesela señorita, le insistió el taxista, es su suerte. No puedo hacer eso, esto le pertenece a alguien, aquí no figura ningún nombre, quizás las fotos me den alguna pista, pobrecita, debe estar lamentando esta pérdida. 

Denisse se bajó en el taller, como todas las mañanas, y lo primero que hizo fue mostrarle la cámara a Matías. El mago la examinó y le dijo que conocía bien el modelo, era una Canon profesional capaz de tomar fotografías de 22 megapíxeles y hasta seis fotos por segundo, que grababa vídeos full HD de alta calidad y con una pantalla brillante, que le permitía editar todo allí mismo, sin necesidad de descargar. Esta es una súper cámara y vale una fortuna, le advirtió. Explícame por favor cómo funciona, le pidió Denisse, quiero saber si hay imágenes adentro que me den una pista de su dueña. 

Una vez bajadas a la laptop de Matías, una antigua Mac con la batería al límite de su tiempo de vida, las numerosas fotografías mostraban una enorme variedad de personas, situaciones, objetos y, sobre todo, rostros, en diversos planos y ángulos que dejaron conmovida a Denisse. Tanta pasión por la imagen y el detalle sólo podía provenir de una persona realmente obsesionada con la belleza, se dijo a sí misma. Sintió entonces el impulso de quedársela y de empezar a utilizarla cuanto antes. No obstante, colocó en su Facebook, en Twitter y en Instagram algunos de los rostros allí fotografiados en la esperanza de que alguien pudiera reconocerlos, pero fue inútil. Nadie respondió. Entonces se la quedó. 

Denisse era una mujer observadora y meticulosa. No se es asistente de un mago si se carece de una especial sensibilidad por las pequeñas cosas, los gestos y toda clase de pormenores. Solo que a ella nunca le había brotado la necesidad de fotografiar nada. Para eso Matías tenía a Rolando, un fotógrafo profesional ya veterano, al que conocía desde hacía años y que se encargaba de capturar los mejores momentos de todas sus presentaciones. A efectos de la publicidad, eso era indispensable. Denisse sabía que para ese arte ella no tenía habilidades. Este artefacto, sin embargo, en parte por su complejidad y su refinamiento, en parte por el contexto de su aparición, despertó en la espigada joven, como nunca antes, una gran curiosidad por las imágenes y la imperiosa necesidad de empezar a robarle a sus rutinas cotidianas los más insólitos instantes. 

Los actos en los que Matías había puesto un especial esmero en el último año eran los de magia mental. Se había preparado para identificar personas, naipes, objetos o páginas de libros señalados por el público, que por supuesto él desconocía, pero habiendo practicado previamente con Denisse complejos códigos de comunicación no verbal. Lo divertido era que ella, dotada por el universo de cualidades excepcionales, podía hacer estas cosas de manera espontánea, aunque claro, el mago era él y ella sólo disfrutaba observando su empeño por hacer creíbles todos sus embelecos. Fue entonces que Denisse empezó a sentir especial curiosidad por los gestos, los de Matías y también los del público, es decir, por los semblantes que reflejaban de manera más nítida su incredulidad, su expectativa, su angustia, su temor, su asombro o su entusiasmo. 

Como varios de estos trucos no requerían de ayudante, Denisse aprovechaba para fotografiar rostros a diestra y siniestra en todas las funciones. ¿Para qué tomas fotos, si Rolando es el encargado de hacer eso?, le reprochaba Matías, ¡me desconcentras! Él no sabe captar estos detalles, le respondía la muchacha, y a ti te van a ser útiles para la promoción del espectáculo. Denisse aprendió muy rápidamente –nadie se explicaba cómo- a enfocar el lente de su cámara en primer y primerísimo plano, en los pequeños detalles, en ángulos picados y contrapicados, manejando además muy bien el ritmo, el equilibrio o la simetría de las imágenes. 

Caras arrugadas y sonrientes de hombre veteranos, rostros de niños deslumbrados, expresiones de asombro de mujeres maduras, miradas sofocadas de señoras gordas o las gotas de sudor de un mago en su máxima abstracción, nada escapaba al lente de Denisse y con una resolución impresionante. El viejo fotógrafo estaba asombrado de la repentina destreza de una novata. 

La noche del estreno en Arequipa, Matías había preparado un número tomado del gran David Roth, que consistía en sacar cuatro monedas de una caja cerrada sin abrirla. Llegado el momento, el mago extrajo las monedas de una pequeña bolsa de tela y las puso sobre la mesa. Luego colocó en ella una caja de madera e invitó al público a comprobar que no tenía doble fondo ni celda secreta alguna en ninguna de sus paredes internas y externas. Cumplido el ritual de la verificación, colocó las monedas en su interior una por una. Luego cerró la caja. El milagro estaba a punto de producirse. Denisse, sin embargo, que estaba parada a su lado, no sonreía como de costumbre. Con las cejas fruncidas, se mordía nerviosamente el labio inferior a cada instante y movía el talón izquierdo de arriba abajo una y otra vez. Entre tanto, sus ojos se desplazaban velozmente de un lado al otro del auditorio. La inquietud de la niña no transmitía paz y perturbaba a Matías. 

El mago –cuyos más mínimos movimiento estaban proyectados en una pantalla gigante- hizo su máximo esfuerzo de concentración e hizo con su mano izquierda el ademán de coger algo en el aire para lanzarlo luego hacia su otra mano, la cual tomó el objeto imaginario cerrando el puño de inmediato. Luego extendió su mano derecha y, en efecto, había una moneda sobre su palma. Repitió el acto tres veces más y fue mostrando al público las monedas de un sol «atrapadas» por su mano. Después abrió la caja y la expuso a los ojos del auditorio por todos sus costados. Estaba vacía. Una cerrada ovación estalló en el abarrotado teatro de la Alianza Francesa. 

Matías, levanta bien tu copa de vino y haz que te oculte la mitad del rostro. Denisse, estamos celebrando, deja ya eso por favor. Sólo tres tomas más, te juro, pero déjame pararme en la silla. Baja de ahí por favor, nos están mirando de las otras mesas. Ay Matías, qué tiene de malo tomar una foto. Es que no es una Denisse, son cientos… ¡párala ya! 

En verdad, desde que habían llegado al Fung Wha para festejar el exitoso inicio de la temporada en Arequipa, la bella joven no había dejado de disparar la cámara ni un minuto. Matías estaba incómodo, pero los comensales disfrutaban contemplándola en todo su esplendor y su gracia parada en los lugares más insólitos –incluso dentro del estanque o en la baranda de la terraza- para lograr el ángulo perfecto. 

Denisse, te has vuelto dependiente de esa máquina. Estás todo el día en eso. Yo te quiero de regreso, necesito toda tu atención en cada espectáculo, me distraes y distraes al público. No exageres Matías, no es para tanto, fíjate más bien en el resultado ¿O es que no has visto las expresiones que he logrado retratar? Las caras pueden ser el reflejo del alma, es admirable cómo logras transparentar a la gente. Tengo un álbum por cada estado de ánimo que he podido captar, creo haber registrado casi toda la gama de emociones posibles, menos dos: la envidia y el odio. No dudo que alguien, alguna vez, en medio de la multitud, puede sentir eso por ti. Hasta ahora no he visto nada parecido, pero esos rostros los tengo que descubrir, debo registrarlos, sin ellos mi colección está incompleta. 

Matías la escuchaba con las cejas encogidas y los labios rígidos. No era la Denisse que él conocía. ¿Se puede convertir en una patología la manía de fotografiarlo todo? La pregunta le rondaba desde hacía varias semanas. Él tenía conocimiento del llamado trastorno obsesivo-compulsivo pues un hermano suyo lo había padecido hace años, sabía que las obsesiones suelen estar acompañadas de compulsiones, es decir, de actos reiterativos dirigidos a hacer desaparecer una cierta obsesión. En el caso de Denisse, ella quería disipar la angustia que le provocaba no encontrar expresiones de bronca y de celos o de rivalidad hacia él entre su público. Solo que ella no dejaba de disparar su cámara en toda circunstancia. Ni el Tai Chi Kao, unos bocaditos hechos de pasta de arroz al vapor rellena de conchitas de abanico y langostinos, se salvó del lente de Denisse, quien no dejaba empezar a comer a nadie hasta que no terminara de encontrarle a la dichosa fuente el ángulo perfecto. 

En verdad, desde que encontró la cámara, el escenario era siempre el mismo. La chica no aceptaba cuestionamientos. No encontraba nada de extraño en su nueva afición ni en su entusiasmo. ¿Acaso era la primera persona en adoptar un hobby? Tampoco sería la última, sentía muy injusto que Matías y las demás personas del staff le hicieran reproches por algo que ella consideraba absolutamente normal. No obstante, si bien el acto de fotografiar le provocaba euforia, no encontrar la expresión o el ángulo que buscaba le generaba angustia y ansiedad. Un estado de inquietud casi permanente se había instalado en ella.

La noche de la última función, una exaltada Denisse perseguía a Matías a su salida del escenario, registrando con su cámara todos sus movimientos. En realidad, el lente fotografiaba no sólo al mago en su pausado caminar hasta la Hyundai negra que esperaba por ellos para llevarlos al hotel, sino al numeroso público que lo rodeaba. De haber ira o envidia en algún rostro, ella tenía que descubrirlo y registrarlo. Después de todo, si personajes como James Randi, a sus 86 años, continuaba desenmascarando falsos magos y curanderos en los Estado Unidos, es porque siempre habría gente en el mundo empeñada en descorrer el velo de misterio en esta clase de espectáculos, sea por rabdofobia o por motivos más altruistas. Detente un instante, le pidió a Matías, voy a ponerme en este lado para tomarte una panorámica. Ya en plena calle, casi al llegar al cruce de Santa Catalina con Ugarte, la chica retrocedió cinco pasos y se bajó de la vereda para encontrar un mejor ángulo. 

En ese instante, un hombre vestido de jean y casaca azul con capucha, aparece de improviso en la escena y le arrebata la cámara, empujándola hacia la pista y huyendo despavorido. Denisse cae aparatosamente al pavimento y un Nissan de color verde que pasaba en ese instante frena en seco. La gente grita desesperada y varios acuden a socorrerla. Oh por Dios, mi cámara, me robaron la cámara, exclama ella con los ojos desorbitados. Matías y otras personas la ayudan a levantarse. Estoy bien, dice Denisse, sólo me he golpeado un poco el hombro derecho, mi vestido, se hizo una mugre. Y mi cámara, se la llevaron… En ese instante, rompe a llorar y se abraza de Matías. La prensa no desaprovecha un segundo para fotografiar la escena. Me temo que este incidente hará más noticia que el propio show, exclamó el mago mientras camina con ella lentamente hacia el auto que los trasladaría. 

Una vez dentro del vehículo y a punto de arrancar, un joven reportero de un diario local los detiene. ¡Señor Matías, espere! El chico, con voz entrecortada por la agitación, les dijo: aquí está su cámara señorita, dos de mis compañeros y yo perseguimos al choro, lo agarramos tres cuadras más abajo y le quitamos su máquina. Que buena cámara tiene usted, mi fotógrafo me dice que le pregunte si la quiere vender. Denisse no podía creerlo. Agradeció al muchacho hasta más no poder, luego pasó a revisarla para comprobar que todo estaba bien y en su lugar. Matías, en cambio, miraba para otro lado y hacía esfuerzos por contenerse. Al cabo de unos minutos no aguantó más y le dijo, esa cámara casi te cuesta la vida hoy, ¿es que no te das cuenta? Pero a Denisse nadie le quitaba la felicidad. 

Llegados al hotel, cogieron sus maletas y abordaron un taxi al aeropuerto a toda prisa. El incidente los había retrasado y debían correr. El resto del personal se quedaría todavía un día más para desmontar el escenario y embalar los equipos. La llegada al terminal aéreo fue precipitada, bajaron raudamente y fueron de frente a sala de embarque. Ya estaban llamando para subir avión. 

Una vez arriba y con orden de despegar, Denisse se pone pálida. Mi cámara, he dejado mi cámara. ¿No la tienes en tu bolso?, preguntó Matías. No, no, yo la tenía en la mano, la he tenido todo el tiempo en la mano. Fíjate bien en tu maletín. No Matías, nunca la guardo en la maleta, la necesito siempre a la mano por si se presenta la oportunidad de usarla. Revisa de todos modos, quizás la guardaste inconscientemente. No, no, la dejé en el taxi ¡La dejé en el taxi! Una desencajada muchacha se desabrocha entonces el cinturón y se levanta de su asiento, pero la aeromoza la detiene. Estamos por despegar señorita, siéntese por favor. No había forma de regresar. Llegando a Lima llamamos a la empresa de taxis, le dijo Matías. Denisse sollozó desconsoladamente durante todo el trayecto. 

Esa misma noche, dos mujeres jóvenes tomaron el mismo taxi en el que llegaron el mago y su asistente al aeropuerto Rodriguez Ballón. La cámara estaba todavía allí, a un lado del asiento trasero. Una de ellas, llamada Ivonne, más bien menuda, cabello corto y rojizo, la descubrió y quedó admirada, revisando allí mismo su contenido. Las numerosas fotografías mostraban una enorme variedad de personas, situaciones, objetos y, sobre todo, rostros, en diversos planos y ángulos que la dejaron conmovida. Tanta pasión por la imagen y el detalle sólo podía provenir de una persona realmente obsesionada con la belleza, se dijo a sí misma. Sintió entonces el impulso de quedársela y de empezar a utilizarla cuanto antes. 


Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 20 de agosto de 2014
Fotografía © Diana Bas/ www.flickr.com

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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com