20.3.06

Viviana


ardilla en central park/ copyright © easynewyorkcity.com

Mi pequeña ardilla desapareció hace varios días. En vano he esperado cada mañana que aparezca, asomándose silenciosa entre las ramas, instalada en el nido abandonado de paloma, mirándome fijamente con esos lindos ojos pardos, que fueron la primera e inesperada señal de su presencia. Ahí siguen, al pie de mi ventana, los pedazos secos de zanahoria que pique para ella el otro miércoles. Nadie viene a recogerlos. Solo las aves de siempre, que han regresado a ocupar su lugar. Los gorriones, los picaflores, las palomas, los tordos, que empezaban a compartir ya sin aprehensiones la misma rama, el mismo paisaje, el mismo alpiste.

Nos habíamos acostumbrado tanto. El día que entró a mi cocina y me incliné a ofrecerle una nuez, me la aceptó con la misma serenidad con que comía de mi mano las uvas que le alcanzaba desde la ventana. Nunca intenté atraparla, ella había comprendido las reglas de ese breve y pequeño espacio de mutua aceptación que habíamos construido en silencio, regalándome su confianza.

Pero sabia que esto podía ocurrir. Todo empezó a terminar el día en que se le ocurrió explorar el otro lado de la casa. El patio contiguo era territorio absoluto de ese inmenso dogo blanco, de aspecto fiero y mirada triste, que la semana antepasada la había descubierto saltando sobre su palmera. Estaba bien aquí, en esa rama. Pero, gajes de la libertad, necesitaba arriesgarse, ensanchar sus límites, probarse a sí misma hasta donde era capaz de llegar. Se lanzo a explorar el otro borde del mundo que eligió como guarida, en busca de un nuevo árbol, otra ventana, quizás de otra mano amiga, sin presentir lo que estaba a punto de perder.

No la culpo. A nadie se le puede reprochar el tener fe. Pero lamento que haya otros de mi especie que se empeñen en creer que la única manera de convivir con los demás, sobre todo cuando sienten que deben protegerlos, es apropiándonos de ellos. Ahora debe estar enjaulada.

Su ultima elección fue quedarse en mi ventana. De todas las casas del parque, eligió la mía, para que fuese también la suya. Aunque, quizás no fue la ultima. La ultima fue irse. Conozco de eso. Lo siento tanto.

© LGO 2000

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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com