11.2.12

El umbral


Cristian abrió los ojos de pronto. Había amanecido más temprano que de costumbre. Encendió la TV y desde su cama empezó a observar relajado las noticias de la mañana, hasta que recordó que era sábado… ¡Debía ir por Brenda! 

Habían acordado hace un mes hacer un tour de compras al barrio chino –ella necesitaba renovar su stock de peluches para su trabajo de animación infantil y allí podía encontrar más variedad a más bajo precio- y diversas circunstancias habían ido postergando esa escapada. Se bañó, se vistió y salió volando. No desayunes, le había advertido ella, llegando a Capón te invitaré Chintoy. 

Para variar, el barrio chino estaba abarrotado de gente que iba y venía de todas partes, unos con prisa, otros con pausa, cargados de paquetes o simplemente paseando con las manos vacías. Lo primero que hicieron al llegar fue buscar con paciencia un buen lugar donde comer el prometido chintoy. ¿Tiene el relleno de manzana? Pero no había de manzana y a Brenda, que le encanta preguntarlo todo, le llamó la atención la descripción que le hicieron de un pastel parecido, más bien salado, el cha siu baau, un bollo hecho al vapor relleno con cerdo asado y cebolla. Ese sabroso desayuno al paso fue el punto de inicio de una larga y divertida travesía por las galerías del lugar. 

A lo largo de la interminable mañana fueron colmando la canasta de Brenda una gran variedad de osos, conejos, elefantes, pingüinos, leones, gorilas, cocodrilos, boas y hasta un feroz tiranosaurio bajo la forma de un apachurrable muñeco. El staff para la fábula parecía estar completo. También entraron en la canasta sin fondo algunas mantas hindúes, unos cojines inflables, una marioneta de madera, un par de zapatillas doradas y unas prácticas cajitas desarmables, utilísimas para guardar cositas. Satisfechos por la buena cosecha y a la vista del reloj que marcaban el fin de la mañana, decidieron entrar al Wa Lok a continuar explorando la comida china.  

Mareado con los nombres de los platos, Cristian le dijo mejor pide tú, esto es para los expertos, yo como lo que tú elijas. Brenda examinó la carta con rapidez y sin dudarlo mucho eligió cuatro cosas: un sui kao frito como aperitivo y, de fondo, un pescado guisado con champiñones, un pollo al vapor con hongo y yuyo, y un arroz chaufa con salchicha china. Por donde se le mire, el almuerzo fue algo deslumbrante y tuvo como telón de fondo dos horas de entretenida y agradable conversación –a propósito de varias anécdotas personales- sobre lo perturbador que puede llegar a ser el pasado o el futuro para la vida presente de las personas. 

La fuga al pasado o al futuro puede volverse una manía y si algún perjuicio nos causa es dejar que la vida se nos pase de largo, dijo Brenda sacando a relucir su taoísmo. Para volver al presente y darte cuenta del aquí y ahora, se debe inhalar profundamente, una, dos, tres veces, todas las que necesites para recuperar la conciencia y volver a notar quién eres, dónde estás y con quiénes. 

Nunca pensé que mi habitual distracción fuera algo tan grave, dijo él con cierto pesar. Ella rió, no tiene nada de malo abandonarte a tus pensamientos, pero sin exagerar. Ahora espérame que voy al baño, guárdame mis aretes que son nuevos y me hacen doler las orejas, le pidió sonriente. Al minuto, sin embargo, regresó mortificada. Un baño está ocupado y el otro clausurado, prohibido el ingreso dice. Deben estarlo limpiando, paciencia, le dijo él. Es que no me aguanto, creo que entraré al clausurado nomás, vi que no tiene llave. Si está limpio lo uso. Luego se paró, cogió su bolso y se fue. 

La espera no se le hizo muy larga pues se entretuvo revisando correos en su Smartphone. No obstante, cuando notó que habían transcurrido 20 minutos se levantó de la silla. Es demasiado tiempo, ¿qué está pasando? Se dirigió entonces a los baños y no encontró a nadie. El baño clausurado seguía cerrado y estaba con llave. Tocó la puerta repetidas veces por si acaso, hasta que uno de los mozos le aseguró que no había nadie allí. La llamó al celular, estaba apagado. Por Dios, ¿dónde se ha metido esta muchacha? 

Visiblemente nervioso, Cristian encargó la canasta con las compras al administrador y salió a buscarla. Regresó agitado a las galerías y calles que habían recorrido durante la mañana, no había rastro alguno de ella ¿La han secuestrado acaso?, ¿se habrá sentido mal y se fue a la clínica?, ¿pero así sin avisar? Se le ocurrió entonces llamar a su casa, era su última esperanza antes de dar a aviso a la policía. Brenda está durmiendo, respondió su mamá, anoche fue a bailar con unos amigos y ha regresado más de las seis de la mañana con un dolor de cabeza horroroso. ¿Cómo?, respondió estupefacto, ¿me dice que ha estado en su cuarto durmiendo todo el día? Eso no es posible señora. Aquí ha estado hijo, anotó la madre, yo he estado yendo a verla a cada rato por si despertaba. 

Cristian se sintió en parte aliviado de saber que ella estaba bien, aunque no creía en la versión de la madre ¿Durmiendo toda la mañana? Eso es mentira, algo me está ocultando y no entiendo por qué. Todo esto es tan absurdo. Durante toda la tarde marcó su celular sin éxito, hasta que decidió llamar a su casa otra vez. Eran las 8.00 pm. Brenda ya despertó pero ha salido, respondió la mamá, se ha ido a recoger su celular, lo dejó en la casa donde tuvo la fiesta anoche. Que me llame en cuanto regrese por favor, le encargó él. Es muy urgente. 

Pero Brenda no llamó hasta el día siguiente. Cristian, van a ser las nueve, ¿ya estás cerca? Recién llamas, respondió él mortificado, ¿me puedes explicar que pasó ayer? Tranquilo, ayer he dormido casi todo el día le dijo ella, mi mamá me dice que te contó la historia. Encima dejé olvidado el celular en la casa de mi amigo. Bueno, ahora que te veo te cuento más detalles si quieres, ¿vas a venir, no? Quedamos a las nueve y ya van a ser las nueve ¿O no quieres comer chintoy?

Brenda, ¿me estás tomando el pelo? ¡Lo del chintoy fue ayer! Me dejaste con todas las compras y te desapareciste. No me da risa esta broma, me has hecho pasar una tarde de mucha angustia. Cristian tú estás loco, le respondió la muchacha, estás fumado o has tenido una pesadilla. Ayer no te he visto, quedamos en vernos hoy. No me asustes. Has tenido un mal sueño. Yo estoy listita esperándote hace rato, date un duchazo, despéjate y ven de una vez por favor que me muero de hambre. 

Cristian respiró profundamente, tal como Brenda –supuestamente- le había aconsejado durante el almuerzo de ayer. Está bien, le dijo, llego en 20 minutos, espérame. Si había algo que aclarar, y vaya que lo había, era mejor hacerlo en persona.

La cariñosa bienvenida de Brenda disipó al instante su mal humor pero no su malestar por los sucesos de ayer. Recordó entonces la película de David Fincher, The Game, donde Michael Douglas, en el papel de Nicholas Van Orton, recibe de su hermano una invitación para participar de un juego de sorpresas, donde las fronteras de lo real con lo irreal están borradas ex profeso. Así es que quieres regresar a Capón, le dijo con ironía, pues vamos de nuevo. Quiero jugar este juego hasta el final. Luego vas a contármelo todo. ¿Pero de qué hablas?, le respondió ella, ¿cuál juego? Estás rarísimo Cristian, ¿no se te pasa lo de tu sueño? Ya, reacciona, estás aquí le dijo aplaudiendo fuerte delante de su rostro. Luego le dio un beso, lo abrazó y le rogó con ternura, cambie esa cara, después me cuentas tu pesadilla, ¡ahora vamos a comer chintoy!

Esa mañana recorrieron las mismas galerías, entraron a las mismas tiendas y Brenda echó a su canasta los mismos peluches que había comprado el día anterior. A la 1.10 pm, entraron al Wa Lok y Brenda pidió los mismos platos del día anterior. Después que el mozo le tomó la orden, Cristian no aguantó más, sacó de su bolsillo el par de aretes que le había dado a guardar y ella le dijo sorprendida: ¡tú habías tenido mis aretes! ¿Cómo así? ¡Pensé que los había perdido anoche! Dime una cosa, agregó él, ¿estos aretes te hacen doler las orejas? Sí, respondió ella sorprendida, ¿cómo lo sabes? Brenda, tú misma me los diste ayer sentada en esta mesa. 

A partir de ese instante se produjo una ácida discusión entre ambos. Cristian le narró con lujo de detalles lo que hicieron el día anterior y le dijo que si todo esto era una charada que se lo diga de una vez porque lo estaba poniendo nervioso. Una Brenda aterrada le repetía una y otra vez entre sollozos que estaba loco, que por qué la torturaba de esa forma. Y cuando Cristian le advirtió, ahora voy a mostrarte las compras que hicimos ayer, porque las dejé en custodia aquí mismo y ahí que se acabe el chiste por favor, Brenda se paró y se fue. No me llames hasta que te vuelva la razón, le dijo furiosa. 

Cristian se quedó sentado un rato, aturdido y triste, porque nunca habían discutido así y porque la actitud de ella la sentía completamente sincera. La conocía lo suficiente como para saberla incapaz de practicar un humor negro de tal magnitud. Su desconcierto era mayúsculo ¿O es que estaba enloqueciendo de verdad? imposible, lo de ayer fue muy real, pensó. ¿Qué broma era esta?

El hombre se paró para ir a mojarse la cara y a serenarse un poco antes de decidir qué hacer. Ahí seguía el baño clausurado con su letrero de no ingresar. Una repentina curiosidad le sobrevino en ese momento. Cogió la cerradura y notó que estaba sin llave, luego entró sigilosamente y una vez adentro le invadió una extraña sensación. Todo empezó a ponerse borroso, las cosas parecían moverse de un lugar a otro de manera lenta y ondulante, una vertiginosa sucesión de recuerdos irrumpió en su mente y la luz empezó a palidecer hasta que la oscuridad lo abrazó por completo. 

Cristian abrió los ojos de pronto. Había amanecido más temprano que de costumbre. Encendió la TV y desde su cama empezó a observar relajado las noticias de la mañana, hasta que recordó que era sábado… ¡Debía ir por Brenda! 


Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 7 de febrero de 2014
Fotografía © Alejandro/ www.flickr.com


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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com