11.2.12

La fiesta interminable


Fue a esa fiesta arrastrada por las circunstancias, sin vestido nuevo que exhibir ni peinado que estrenar, a celebrar la boda de una prima que se había ganado a pulso su antipatía desde que eran niñas. Estas dos muchachas lindas y carismáticas disputaron siempre los halagos de su extensa parentela, y aunque envidias y maledicencias nunca faltan en una familia, fue la prima quien alimentó con empeño esa sorda rivalidad. La fiesta y la boda, sin embargo, dibujaban un escenario diferente. Para empezar, era un restaurante esplendoroso, situado frente al mar, cuyos ambientes derrochaban glamour, luminosidad y alegría. Alexia fue recibida, además, con una gran cortesía e invitada a acomodarse en una mesa especial, reservada para los familiares. Todo tenía que ir bien.

Luego de los saludos de rigor con sus tías y primos, el mozo le presentó dos botellas de vino: un Achával-Ferrer Malbec, Finca Mirador, Medrano 2008, de Argentina, y un Maison Roche de Bellène, Bourgogne 2008, de Francia. Ella eligió el tinto mendocino, cuyo aroma y sabor le eran más próximos. La conversación que se inició con su llegada fue en realidad protocolar, pero amable y afectuosa. Alexia sintió a ratos algo de incomodidad por conservar aún las viejas rencillas de la adolescencia en el corazón. La novia lucía tan feliz, que no merecía ser objeto, al menos esa noche, de menoscabo alguno. Felicitaciones prima, le susurró Alexia mientras la abrazaba, tanto tiempo ha pasado. Descuida, comentó su flamante marido con una sonrisa afable, ya lo dijo Platón, el tiempo es sólo una imagen en movimiento de la eternidad.

El buffet era espectacular. De entrada, había coctel de langostinos, ceviche de calamar, sushis variados, tiradito de pescado al ají amarillo, atún o salmón ahumado, carpaccio de conchas, causas rellenas de langosta, langostinos, calamares, colitas de camarón, pulpa de cangrejo. De fondo, había al escoger, por ejemplo, lomo saltado clásico y saltados muy diversos, como los de langostinos, camarones, mariscos, meros, salmón y atún; también ají de gallina, seco de res, cabrito a la norteña, arroz con pato, carapulca clásica o de camarones. Se lucían en la mesa, asimismo, para los valientes, los tacu tacu de frejoles negros, lentejas y pallares, relleno de mariscos o calamares, además de aguaditos, chupes, parihuelas y toda clase de cremas.

Una aturdida Alexia se sirvió primero una causa con escabeche de langostinos, hecho con masa crocante de yuca, y después un sabroso filete de paiche a la brasa, con puré de papa, ají dulce, tomates a la parrilla, ensalada de plátano maduro y berros. El Achával-Ferrer fue reemplazado por el Maison Roche de Bellène, pues el blanco ahora caía mejor, y los solícitos mozos no dejaban que su copa estuviese vacía por más de 20 segundos. Alexia lucía más alegre que nunca.

Se sucedieron luego los episodios típicos en toda fiesta de buena estirpe: la orquesta, el baile, las pláticas, los galanteos al por mayor, los intercambios elocuentes de miradas, más música y más invitaciones para salir en danza. A sus 41 años, Alexia seguía concitando la atención allí donde fuera y esa noche en particular, a pesar de la elegante sencillez de su atuendo o quizás por eso, lo hizo de manera aún más especial. La prima, cuatro años menor que ella, se acababa de casar, ya no tenía por qué importarle el hecho. 

A las tres de la mañana, sin embargo, Alexia se rindió de cansancio y pidió un taxi. No soportaba más la migraña. Su tía Elena, mamá de la novia, la acomodó en un sofá en una sala reservada y le pidió que descanse, que ella misma le avisaría cuando llegara su auto. Un poco a regañadientes se sacó los zapatos, puso su cabeza en el cojín y quedó profundamente dormida. 

Aunque el ambiente en el que estaba era bastante hermético, se sentía el ruido de la fiesta en todo su esplendor. Quizás fue eso o el terrible dolor de cabeza lo que la hizo despertar bruscamente. Miro su reloj y vio con desconcierto que eran las tres de la mañana. No tenía lógica. Era imposible que hubiese dormido sólo unos segundos. Cotejó la hora en su celular y en la pantalla se leía 4.00 am. Eso era más verosímil. Salió inmediatamente y buscó a su tía en medio del tumulto. Los amigos y primos al verla de nuevo le sonreían y la invitaban a bailar, pero su ansiedad por regresar a casa la volvió huraña. Preguntó la hora varias veces y todos coincidían: eran poco más de las 3.00 am. ¿Es acaso posible que se adelante la hora digital de un celular? 

Al fin encontró a la tía Elena, sirviéndose un cheesecake. ¿Por qué te has levantado?, le dijo sonriéndole afectuosamente. Tía, ¿no ha llegado el taxi?, le preguntó sin disimular su angustia. Yo te aviso hija en cuanto llegue, tú descansa tranquila. Pero tía, hace una hora que espero. No hija, le respondió, recién lo has llamado, ten paciencia, yo te aviso. Una Alexia algo desconcertada se dirigió a la anfitriona y le pidió que llamen a un taxi a nombre del restaurante, quizás debí hacer eso desde el principio, pensó. No se preocupe, le dijeron, nosotros le avisaremos.

La espera del taxi se volvió insufrible. Al cabo de 30 minutos volvió a insistir y la empresa le dijo que había escasez de unidades, pero que pronto llegaría una. Mientras tanto, la fiesta seguía en todo su esplendor. La orquesta tocaba ahora «In the Mood» y antes estuvo tocando otros clásicos de Glenn Miller, como «Tuxedo Junction», «Chattanooga Choo Choo» y «Moonlight Serenade». El vino se continuaba sirviendo y el buffet, como los panes del Sermón del Monte, parecía multiplicarse milagrosamente. La gente continuaba bailando, bebiendo y comiendo sin parar. 

Alexia llamó a la empresa de taxis por tercera vez y la operadora le dijo que la unidad ya debería haber llegado. Ella salió a la puerta y el personal de recepción le explicó que ningún taxi había preguntado por ella, pero que le avisarán en cuanto llegue. No obstante, una hora después el taxi seguía sin llegar y ella no podía más con el sueño, el mareo y el malestar. 

Alexia salió a la calle. A esa hora de la madrugada y tratándose de una ruta de desvío hacia las playas, la autopista lucía desolada, el estacionamiento estaba repleto de automóviles, parecía que nadie se había ido todavía, el cielo empezaba a clarear. Entonces sacó nuevamente su celular y vio la hora: 5.20 am. Ella llamó al taxi la primera vez a las 3.00 am. Entró raudamente al restaurante y preguntó la hora en la oficina de administración. Son las 3.10 am le dijeron. Imposible, les dijo con voz alterada. Miren el cielo, ¡a las tres de la mañana está oscuro! ¿Qué está pasando aquí? Los empleados la miraron con extrañeza. Buscó entonces a la anfitriona para saber del otro taxi. Su taxi está en camino, le comentó al verla. ¿Qué hora tiene?, le preguntó. Son las 3.10 am. 

Mientras tanto, la música sonaba fuerte, la pista de baile estaba abarrotada de danzantes, las mesas del buffet continuaban ofreciendo comida y la fila de comensales seguía tan larga como al principio. Alexia regresó a su mesa. ¿Más vino señorita?, le preguntó el mozo, tengo un rosado español del 2009, un Cillar de Silos muy bueno. No, no, dijo ella con fastidio. Los primos que no estaban bailando le hacían preguntas sobre su tienda. Alexia era artesana, fabricaba y vendía juguetes de madera en una adorable y muy original juguetería ubicada en el distrito de Jesús María. ¿Qué hora tienen?, respondió ella secamente. Las 3.10 am le dijeron. No puede ser, reaccionó con fastidio, ¿es que aquí el tiempo no pasa?, esto es una broma y no me hace gracia. 

¿Bailas ahora Alexia?, la abordó de pronto Pavel, un amigo de la familia de la novia que había intentado sacarla a la pista toda la noche infructuosamente. Alexia le iba a responder con rudeza que no estaba de humor, pero se le ocurrió preguntarle: ¿Tienes auto? Sí claro, le dijo el perseverante señor. Está bien, le respondió Alexia muy decidida, bailamos esta pieza y después quiero pedirte que me lleves a mi casa, ¿no te molestaría? Me apenaría mucho que te vayas, le dijo, pero no me molestaría llevarte si me permites invitarte en otra ocasión. Alexia lo miró fijamente. Por supuesto, cualquier día, ahora vamos a bailar.

Tal como fue pactado, bailaron una vez y pese a los ruegos de su acompañante, Alexia se mantuvo firme en su deseo de que la lleve a casa. A su pedido, salieron sin despedirse de nadie. El cielo estaba aún más claro del que había visto hace una hora. Pero el motor del auto no encendió. Alexia sacó su celular y vio que eran las 6.30 am. Marcó el número de su papá, le explicó la situación y le rogó que venga a recogerla. El padre, que vivía solo pero estaba siempre disponible para su única hija, le respondió medio dormido que se cambiaría e iría por ella de inmediato. 

Entremos, le pidió a Pavel, necesito ir al baño. Una vez adentro, Alexia se reencontró con el mismo bullicio, la fiesta lejos de declinar parecía haberse reiniciado, todos comían, tomaban y bailaban sin descanso. Necesito recostarme, le dijo y se dirigió a la habitación donde su tía la había llevado antes. Pavel, por favor, dile a mi tía Elena que me avise cuando llegue mi padre. Se recostó en el sofá y volvió a dormirse. 

Casi una hora después su papá llegó. Una consternada tía Elena salió a recibirlo. Debes ir al Hospital, le dijo, Alexita fue llevada de urgencia, tuvo una convulsión repentina y se desmayó. Felizmente estaba Pavel, que es médico, él la ha atendido hasta que llegó la ambulancia. No sabía dónde avisarte. Pero cómo es posible, preguntó el padre. Ella me ha llamado hace poco pidiéndome que venga a recogerla, yo no sabía que estaba aquí ¿a qué hora pasó todo esto? Ya son las cuatro, respondió la tía, ella convulsionó a las tres de la mañana y perdió el conocimiento… como a las 3.10 am.



Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, 24 de marzo de 2013
Fotografía © mtellezcar/ www.flickr.com

1 comentario:

LUIS ALIAGA dijo...

Profesor Guerrero fui su alumno en la Escuela de Directores de IPAE en el año 1997. Que gusto saber de su sensibilidad literaria y reflexiva, espero poder compartir historias y experiencias en su blog.

Todos mis cuentos

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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com