19.4.11

Vanitas Vanitatis



«Se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien
para que no se descubriera su condición de nadie»

Jorge Luis Borges

En el principio eras la nada. Luego de tu primer big bang, suceso caprichoso que no discurre siempre a la misma edad, empezaste a ser algo. Con el tiempo y algún esfuerzo meritorio, llegaste lentamente a ser alguien. Por entonces, además, eras alguien razonable, que entendía en parte la complejidad de la vida, amaba, disentía, se indignaba ante lo injusto, hacía confidencias, compartía un café con alegría y se hallaba cómodo entre amigos hablando del país, abominando la fatuidad del poder, como cualquier ciudadano informado e inconforme con la herencia más oscura de nuestra propia historia. Por entonces, tus ojos ya se abrían del todo, saludabas, sabías sonreír y pronunciar en ocasiones, con la voz de tu conciencia, la palabra no. 

Años después tuviste un cargo, de esos con plaquita metálica en la puerta. Te dieron secretaria, tu primer sueldo importante, un presupuesto a sola firma y un puñado de gente a tu servicio. En el tiempo que duró tu desconcierto, seguías siendo razonable, conservabas la ilusión por la justicia, disfrutabas todavía del café con los amigos y te negabas en secreto a volverte un canónico del sistema. Tus ojos permanecían aún abiertos y seguías repudiando, convencido, el legado más sombrío de nuestra historia republicana a la idiosincrasia nacional. Tocado todavía de una lúcida humildad, no asomaba por tu mente la palabra mérito, mas seguía sonando fuerte la palabra responsabilidad. 

Infelizmente, el efecto sorpresa no dura para siempre. Fue tu segundo big bang, aquel que los astrónomos definen como una nueva contracción del universo expandido por la primera gran explosión. Aprendiste a parpadear, a mirar para otra parte, a dejar los ojos entreabiertos por tiempo indefinido o a cerrarlos sin disimulo si acaso lo sentías conveniente. Te habituaste a decir sí, cada vez que tu corazón gritaba no. Tus saludos se fueron alternando, parecías distraído, tomabas menos café, ya no hacías confidencias, sonreías poco y cuando lo hacías, tu sonrisa parecía un carnaval. Fue así que, sin notarlo, un mal día regresaste a ser algo. 

Y el cosmos siguió y siguió empequeñeciéndose. De repente, la noción de injusticia se volvía una verdad sólo cuando te regateaban un elogio o te canjeaban un aplauso por la palabra desacuerdo. Ahora odiabas el café, ya no hablabas de la historia y el poder empezó a parecerte primoroso. Las únicas emociones que dejaste anidar en tu corazón eran la rabia y el desprecio por todo lo distinto a los flatteurs de tu cortejo. La sonrisa se esfumó de tu rostro, aunque aprendiste a usar el arrebol para dibujarla cuando llegaba la noche y con ella el champagne y la dulce melodía de la fiesta de las máscaras. Espantaste a tus amigos. Usaste a algunos. Te mofaste de otros. Denigraste a muchos. Te vengaste de varios con disimulo. Tus ojos se cerraron y un mal día, sin que lo adviertas, te volviste nada. 

Es el año 2011. A la placa de tu puerta se le están cayendo los tornillos. El metal se ha ennegrecido, tu nombre se lee ahora con dificultad. Tu escritorio empieza a ser pulido con inusual diligencia por unos extraños hombrecillos, como si estuviesen preparándolo para un nuevo dueño. El mundo, tu mundo, empezó a girar con ímpetu inusual, trastocándolo todo. Entonces, el milagro. Retomas de pronto tu pasión por el café, sonríes mucho más, saludas nuevamente con la efusión perdida y hasta vuelve tu interés por discutir la historia, como si estuvieses recobrando la memoria. Tus odios empiezan a vestirse con los ajuares del amor, convocas a tus viejas amistades y, delante de tu antiguo espejo, tan ajado por la vanidad, reentrenas tus estropeados labios en el digno sonido de la palabra no. 

Pero no hay tercer big bang. Tu perplejo rostro se encoge, irremediable, hasta perderse en los pliegues del sistema que alguna vez abominaste, refundiéndose en sus fibras más triviales como cualquiera de sus átomos. Te imaginaste Ares o Hera en el Hereo, pero mirabas como Hades y actuabas como Erinias. Se acabó. La inmortalidad fue sólo un sueño. El ciclo de la vida que elegiste ha llegado a su final. Otra vez eres tú, pero eres menos tú que nunca. Es difícil de aceptarlo, pero fue hace ya algún tiempo, un mal día como hoy, que regresaste a la nada. Y allí te quedarás, aún si en el reino de Alecto y de Megera volvieran a necesitar de tus servicios.

Autor: Luis Guerrero Ortiz
Fecha: Lima, sábado 30 de abril de 2011


1 comentario:

Patricia dijo...

pero no hay NADIE (bueno, quizás CASI nadie) que sea nadie... esa es otra cosa que hay que aprender, amigo queridísimo...

Todos mis cuentos

Todos mis cuentos
Fotografía (c) John Earley/ flickr.com