20.3.06

Chica de la boutique


manos/ Copyright ©2005, juan carrillo 2005

No tenías que ser amable. Bastaba indicarme el precio con desgano. Como hacen todas. Pero no. Tuviste que obstinarte en esa cortesía inoportuna y desconcertante para que sea yo quien termine, como siempre, ­pagando las ­consecuencias.

Debes ser nueva en la tienda. Nadie te ha advertido ­todavía. Demasiado bella para ser cortés. ­Naturalmente, yo te había preguntado. Que cuánto cuesta, que si hay mi talla, que si combina con mi saco, que si puedo probarme. Y claro, no tenías más remedio que contestar. Pero tu siclaroseñor paseporfavorpor­aquí siganomásqueyolealcanzo, pronunciado con tanto brillo, me animaba a quedarme.

No, no tenías que ser amable. Pero lo fuiste. Sería quizás por la presencia discreta y vigilante de tu jefa, aquella enorme mujer desparramada en el sillón del fondo (¿era tu jefa?) y camuflada bajo un sueño peligrosamente frágil. Sería quizás por la comisión de venta, siempre bienvenida, aún a costa de padecer ciertos ­indeseables ritos (¿lo era este?). O, a lo mejor, por la comprensible estimulación que generalmente provoca la llegada de un nuevo ­cliente, no importa si viejo o joven, gordo o delgado, calvo o peludo, billetón o misio.

Pero me hiciste la guardia en el probador. Y en el escaso metro cuadrado disponible, apenas cubierto por una cortina estrecha, voluble al viento, adelgazada a fuerza de mirarse a través de sus tejidos, me cambié de pantalón dos veces. ­Siempre bajo la atenta vigilancia de tus móviles zapatillas ­blancas, balanceándose en perfecta armonía con la melodía de Zombie, ese curioso producto musical del grupo Cramberries que dejaban ­escuchar los parlantes de la boutique.

Pero no era suficiente tu amabilidad ritual. Tenías, además que sonreírme. Y pronunciar, con mal ­disimulada admiración, qué bienlequedaseñor!. Para ­agregar con alevosía, esaesutalla!, levamejorelgris quelbeige, quedóperfecto! Qué manera tan abusiva de encadenar al mostrador a un indefenso cliente, que entra a un ­establecimiento como el tuyo apenas para adquirir una prenda con esfuerzo y salir corriendo, nunca para abonarse a un sueño y terminar pagándolo con tarjeta VISA.

Y me ofreciste medias, cinturón y camisa. Corbata no, pues apenas tenías una, rabiosamente lila y con ­motitas verdes. Me limité a pagar el ­pantalón elegido. Cuánto calor se siente aquí dentro, agregué entonces, intentando provocar un diálogo con la fórmula más universal de la galaxia. Y me sonreíste una vez más, mirándome a los ojos, ­asintiendo ­levemente tu cabeza en el más misterioso y cautivador de los silencios.

Demasiada electricidad para apagar la luz y salir ¿Me podrías mostrar las camisas que tienes? ¿cuál crees que combine mejor con el pantalón que estoy ­llevando? ¿cuánto me dijiste que costaba esta? ¿y cuánto aquella? ¿sabías que yo tengo una parecida a esa? ¿y esta de acá te gusta también? Ah, la ­mayéutica... Ahora el ­vendedor era yo.

Para qué repetir ahora tus respuestas. Si las recuerdo todas. Ya está dicho: demasiado hermosa, mujer, ­compréndelo, para permitirte en público ser tan ­elogiosa, gentil y encantadora. Estas técnicas modernas de marketing parecen haber sido diseñadas por un sádico experto, definitivamente especialista en soledad humana. Y vaya si así fuera. Podría haber salido de pobre hace mucho tiempo.

No lo vuelvas a hacer, anónima muchacha. No al menos hasta que ­regrese por las medias que me ofreciste. Y, claro, ­después por el ­cinturón. Y otro día por la camisa crema con rayas ­fucsia que me recomendaste llevar, no importa que ya tenga otra igualita.

Ah, y sepárame la corbata lila. Después vendré por ella. Al fin y al cabo, ­viéndolo bien y sin prejuicios, creo que el verde de sus motas combina a la perfección con el tono beige de tus ojos.

© LGO 1994

2 comentarios:

Jhowany dijo...

Este artículo me recuerda ala conación "chica de la boutique" de Heleno. Aunque nunca trabajé en una boutique me hubiese encantado causar tal impacto en un cliente. Ojalá y reciba comisiones por venta, pronto tendría su propia boutique.
Simplemente me encantó.

Luis Guerrero Ortiz dijo...

Han pasado 16 años desde entonces! pero claro, son pensamientos que lo asaltan a uno a veces de un modo casi inevitable y que nacen desde la piel, sólo que no siempre se convierten en palabras o los ponemos en un papel. Aquella vez me provocó hacerlo. Gracias por tu comentario!

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Fotografía (c) John Earley/ flickr.com